En estas últimas fechas al cine mexicano se le quiere y se
le reconoce no solamente en grandes entregas de premios sino también en las
salas que es quizá donde se encuentra el terreno más complicado. Desde Nosotros
los Nobles (2013) de Gary Alazraki hasta
No se aceptan Devoluciones(2013) del televisivo Eugenio Derbéz el cine nacional
ha generado ingresos en taquilla superiores a cualquier cifra en años
anteriores y esto se debe a que los creadores han decidido olvidarse de la
autoría y el cine contemplativo, que por supuesto gana premios pero aleja por
completo al público de las salas de cine, para dedicar más tiempo a divertir y
entretener a una audiencia no exigente que lo único que busca es divertirse con
algo más sencillo y apagar el cerebro durante una proyección en la gran
pantalla
En este tenor se encuentra la nueva cinta de Emilio Portes
cuya carrera en el cine nacional ha sido consolidada por comedias negras como
Conozca la cabeza de Juan Pérez (2008) o bien la también muy vista Pastorela (2011)
que le han permitido experimentar en el terreno de la sátira y el absurdo en
dosis pequeñas. En el crimen del Cácaro Gumaro Portes nos cuenta la historia de
dos hermanos separados por la ambición de una herencia y esto le sirve de
pretexto para llenar la historia de
sketches cómicos, sátiras y un humor paródico que cae por supuesto en el
exceso, un territorio conocido ya por este director y acompañado de un guion
escrito por el mismísimo Andrés Bustamante y Armando Vega Gil parecía indicar
que estábamos ante una propuesta arriesgada y bien fundamentada que daría como
resultado no una gran película de gran factura sino algo divertido, inteligente
y hasta podríamos decir fresco.
El resultado en pantalla es verdaderamente lamentable ya que
la cinta cae en el chiste barato, en la auto parodia y casi casi en el vicio de
entretener por la referencia inmediata, por el recordatorio popular de que
vivimos en una sociedad tan vacía que nos recuerda a aquella época de nuestro
cine en los años 80´s donde lo más importante era el sexo, la vulgaridad y el
referente inmediato de la sociedad sin importar la calidad o la factura del
producto. Los llamados “churros mexicanos” término acuñado a aquellas obras que
eran realizadas en serie con un fin comercial inmediato, con factura barata y con
la simple pretensión de lucir la pobreza de una narrativa inexistente para una
audiencia que no tenía ganas de pensar y que gustaba de chistes albureros y una
sexualidad latente.
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